San Joan eguna zela eta, Piter Ansorenak iritzi-artikulu bat argitaratu zuen, beti bezala, umorez eta ironiaz, baina Parte Zaharrean eta gure hirian puri-purian zeuden kontuekin lotuta. Testu osoa argitaratzen dugu.

En la Plaza Constitución
an plantado un árbol,
que anuncia a los
donostiarras 

la víspera de San Juan.
Arderá la hoguera,
bailará el Alcalde,
tocará Ansorena

la marcha tradicional.

(Juan Álvarez Urreisti, Gamborena)

Dentro de pocos días, en la Plaza de la Constitución, es decir, en la Plaza Nueva, colocarán un fresno, para anunciar a los donostiarras la víspera de San Juan. Como dice la canción de Gamborena, escrita en los primeros años de la postguerra: Arderá la hoguera, bailará el Alcalde, tocará Ansorena la marcha tradicional. Es una característica de los rituales tradicionales: hacen sentir que el mundo se mantiene en su sitio, que no pasan los años. Nos dan seguridad y resultan tranquilizadores. Responden a la sicología profunda de las personas. Muchos donostiarras, cuando paseamos por la orilla de la Concha u Ondarreta, ganadoras este año de la Bandera negra, si no tocamos las paredes del Tenis o el Náutico, volvemos a casa con sensación de inquietud. Algunos tienen que tomar Lorazepam. El rito tiene un valor parecido. Las personas somos bichos flojitos.

Pero no es cierto. El mundo continúa en cambio permanente, todos los días durante veinticuatro horas. Sin parar. El 23 de junio nuestro Alcalde dirá en forma solemne ante el fresno: Estamos en el solsticio de verano. La luz se ha impuesto a la oscuridad. El día es más largo que la noche. Y ello nos trae la esperanza de una vida mejor, lo que simboliza este árbol. Deseamos en porvenir en que nos sintamos parte de la Naturaleza. Hacemos promesa de que la cuidaremos. Y, como expresión de ello, entendemos el agua de la vida y encendemos el fuego, símbolo de la purificación...

No está mal. Se nota que en Alcaldía tienen buenos escritores de ficción. Pero ¿cómo casa esto, por ejemplo, con el llamamiento a que miles y miles de aficionados franceses vengan a nuestra ciudad, después de las que vienen cayendo, a ver un campeonato de rugby (no a jugarlo), a practicar el deporte del bebercio ilimitado, a llenar nuestros parajes 4e basura, los bolsillos de unos pocos de dineritos y el espíritu de muchos donostiarras de hartazgo. Parece que, en las pasadas elecciones, esta actitud tan proclive al turismo masivo de nuestros mandamases locales, les ha resultado perjudicial en votos. Nuestro alcalde ha confesado que ha entendido el mensaje de los votos y ha dicho que lo tendrá en cuenta. No lo creo. Su virreina, Marisol Garmendia ha repetido en campaña un mensaje ofensivo: que muchos donostiarras somo turismofóbicos. Tontos, vamos. Se lo ha dicho la inteligencia artificial. Ella ha visto el buen camino y nos lo pretende enseñar.

Dependiendo de por dónde se miren, los ritos tradicionales, aunque parezcan inanes, pueden ser efectivos. Porque los humanos no podemos vivir sin Acciones. Nos alimentan en espíritu y cuerpo. Deseando tomar realidad la ficción, un grupo de donostiarras hemos solicitado que a la Plaza de la Constitución se le devuelva su antiguo nombre de Plaza Nueva. Por el momento, aunque no le cambien el nombre, acaso nos conformáramos con que la realidad se renovara. Una plaza nueva, donde se pudiera vivir y descansar con dignidad. Más o menos lo que expresa el discurso del Alcalde.

Un tontaina, al saber de esa petición, ha escrito en las redes sociales: ¿Nombre original? ¡Siempre ha sido Plaza de la Constitución, no seáis pedantes! (traducido y corregido del euskara). En las discusiones sobre tradiciones siempre aparece la palabra siempre. Pero, cuando yo nací y hasta que cumplí los veinticinco años, el nombre oficial de la plaza, sin traducción al euskara, fue Plaza del 18 de julio. Recuerdo bien el día en que, acompañando a nuestra amoña Euxebi a coger un taxi, al decirle esta al taxista de recortado y fino bigote que nos llevara a la Plaza de la Constitución, aquel le respondió con mirada amenazadora: Querrá decir la Plaza del 18 de julio.

No existe nada de y para siempre. Habíamos empezado a creer que sí con el atorrante de Silvio Berlusconi, Il. Cavaliere. Que viviría eternamente. Pero ha resultado un bluf. En compensación le han dedicado un funeral de Estado. El arzobispo de Milán, buena lucida, ha sermoneado que Silvio amaba la vida... Los cientos de inmigrantes que, huyendo de la miseria y la guerra, mueren en el Mediterráneo, ¿acaso no aman la vida también? ¿O las numerosísimas mujeres que fallecen, obligadas por la necesidad, en abortos clandestinos? Todos ellos sí que merecen funerales de Estado.

Lo más parecido a la eternidad es la antigüedad de ficción. Quizá por ello esta tendencia en las nuevas-viejas políticas a volver al pasado. En nuestra ciudad sagrada, Gernika, en su Ayuntamiento, han comenzado un proceso muy interesante: la vuelta a la primitiva monarquía vasca, con la dinastía de los Gorroño.

Algunos iremos a votar el próximo 23 de julio, con una ficción en el corazón y en el voto: dar la vuelta a las anteriores elecciones. Porque tenemos el riesgo de que finalmente a nuestra plaza le pongan el nombre de 23 de febrero. Demasiado 23.